
Sus pasos resonaban por todo el edificio, o al menos eso le parecía a él, todo estaba en silencio Avanzaba decididamente hacia el despacho de su jefe, mientras pensaba en lo que le diría. Pensaba en mentir, seguramente así sería más fácil. El pasillo parecía alargarse a medida que caminaba, parecía que le estaba dando tiempo para pensar. Notaba un millón de miradas clavadas en su nuca, todas ellas de sus compañeros, expectantes por lo que pasaría a continuación, pero al levantar la vista, todos ellos estaban tecleando en su ordenador hablando entre sí o ensimismados en su tarea, y el sonido de oficina volvía a envolverlo todo.
Sabía perfectamente lo que había pasado, lo había visto muy claro. Había sido el hijo del jefe de su sección, un maldito enchufado que se creía que podía hacer de todo. Pero esta vez se había pasado, y necesitaba a un culpable para librarse, y un testigo que lo confirmara. Así que su padre había decidido intentar comprar al único testigo que había, asegurándole un futuro prometedor. Solo tenía que decir que el que había visto había sido cualquier otro. Pero si se atrevía a decir la verdad, cualquier excusa sería valida para echarle y hacerle la vida imposible.
Cualquiera lo haría, seguro que si lo hubiera visto otro, mentiría sin pensárselo. Cualquiera, excepto él, era diferente. Era el típico tío que siempre matan el primero en las películas por querer salvar la vida al resto, el que moría, pero era recordado con cariño.
El pasillo terminó, respiró hondo y levantó la mano cerrada para golpear la puerta, pero antes de que lo hiciera, una voz desde dentro sonó y le hizo pasar.
- Bien, ya hemos tenido una conversación antes, y ya sabes lo qué puede ocurrir. Puedes decir la "verdad", y tener un futuro asegurado, o puedes elegir que el resto de tu vida se te cierren todas las puerta en las narices. Tú eliges, pero elige bien, lo que le dirás al director de esta empresa.
- Sí, lo he estado pensando. Sé bien lo que vi, y no tengo ninguna duda de que la persona que vi, era su hijo, señor. –esbozó una sonrisa- y eso es lo que diré.
Una expresión de ira cruzó su semblante, al verse contrariado por alguien a quien doblaba en edad.
- Supongo que no te puedo hacer cambiar de opinión, así que puedes marcharte.
Salió del despacho, y volvió al pasillo, que se hacía más corto, puede que caminara más rápido debido al peso que se había quitado de encima. Esta vez iba con una sonrisilla, mientras las miradas se le clavaban en el cuello. Giró la cabeza para ver al jefe apoyado contra la puerta de su despacho en busca de algún inconsciente que no estuviera trabajando. Y, cuando levantaba la vista, las miradas seguían clavadas en las pantallas de ordenador, pero esta vez, podía ver perfectamente un inicio de sonrisa de complicidad en cada una de las caras de sus compañeros. Sí, le recordarían con cariño, como en las películas. Sería el tipo que hizo que despidieran al hijo del jefe.